Anoche hablé con mi madre y me estuvo contando historias de la familia. Algunas son muy fuertes y no me atrevo a reproducirlas aquí. Otras son más agradables. Pero todas ayudan a entender de dónde venimos, quiénes somos y el por qué de ciertos comportamientos.
Un personaje que siempre me ha gustado, y eso que no llegué a conocerlo, es el abuelo Salvador, el padre de mi madre. Un hombre lleno de defectos, débil, irresponsable según para qué, pero un hombre valiente, que quería a sus hijos y a su mujer. Era rojo y republicano, estuvo en la cárcel durante la Guerra Civil por estos "crímenes", dejando (el sistema) solos a 3 niños (mi abuela había muerto) en plena guerra y pasando mucho hambre y desgracias.
Mi madre se tuvo que poner a trabajar desde bien pequeña, como mucha gente de esa generación. De su hermana sé poco de aquella época y el hermano mayor huyó a Francia. Una infancia dura que ha marcado a mi madre hasta el mismo día de hoy.
La parte de la historia que quiero recuperar hoy aquí es que mi abuelo cuidó de su hija mayor (mi tía) cuando ésta se quedó embarazada a los 18 años. Era lo normal, cuidar a la hija. La reacción de mi padre al saber que estaba embarazada fue la de dedicarme una serie de "piropos" que incluían de todo menos bonita. Le pregunté a mi madre qué le había parecido saber que venía una nieta en camino. Por lo visto a la pobre Kinder le cayó también algún "piropo".
Según me contó mi madre, mi abuela materna era tan rancia y preocupada por las apariencias como lo es mi padre, como siempre ha sido. No se cortaba en decir que si a ella le venía una hija embarazada la echaría de casa, justo lo que ha hecho mi padre, bueno, no me deja entrar (yo ya no vivo con ellos desde hace 10 años) pero para el caso es lo mismo.
Por una parte tengo sangre rebelde y sensible y por otra obsoleta y dura. Una parte de mi herencia es atea y la otra va a misa todos los días. Me quedo con el abuelo Salvador.